11.18.2013

Paz y paciencia


Por: Weildler Guerra C.

El fantasma de la ruptura de los diálogos de paz reapareció en Colombia con la información oficial de la frustración de un atentado contra un expresidente de la República y contra el fiscal general de la Nación. La alarmante noticia fue ampliada con otras que hablaban de bombardeos a campamentos guerrilleros y la obtención de computadores que contenían listas de congresistas y otras personalidades que iban a ser objetivos de las Farc. Con el paso de las horas esta segunda información pareció convertirse en mera especulación no exenta de nerviosismo y quizá de mala intención. Desde el congreso se cuestionó la veracidad de estas publicaciones y se pidió explicaciones al Gobierno sobre su autenticidad. Por su parte, la guerrilla a través de sus portales consideró estas aseveraciones como “un bluff de los enemigos de la paz”.

Al final, la ciudadanía quedó confundida por el efecto de esta mezcla inadmisible de informaciones oficiales con rumores sin fundamento. Una parte de los colombianos parecía confirmar con ello sus prevenciones respecto de la sinceridad de los insurgentes en los diálogos, mientras la otra parte se preguntaba ¿Cómo podrían ser tan torpes las Farc de dinamitar el proceso de paz justamente cuando se estaba avanzando lenta pero efectivamente en los puntos decisivos de la agenda? Hay que reconocer que acciones graves e inconsecuentes ya han ocurrido en el pasado. En 1992 el secuestro y muerte en cautiverio del exministro Angelino Durán Quintero puso fin a los diálogos de paz de Tlaxcala. En febrero de 2002,  guerrilleros obligaron al aterrizaje de un avión para secuestrar a un senador. Horas después, el gobierno de Andrés Pastrana decidió dar por terminado el proceso de paz del Caguán. Entonces, ¿por qué ahora habría que dialogar con las Farc?


El diálogo es parte consubstancial de la esfera pública. Es el potencial espacio de aparición de los hombres que actúan y hablan entre sí. Siguiendo a Hanna Arendt, el reto más grande que afronta la sociedad contemporánea es el de la falta de responsabilidad personal, el de la ausencia de diálogos, de preguntas y respuestas en el ámbito de lo público. El poder, según ella, sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales.

En la medida en que se acerca el acuerdo se requerirá de una inestimable dosis de paciencia para culminarlo con éxito. La paciencia es la capacidad que posee un sujeto para tolerar, atravesar o soportar una determinada situación sin experimentar nerviosismo ni perder la calma. También representa la facultad de aprender a aguardar por alguien o algo sin perturbarse durante la espera. Los intermediarios indígenas consideran que los conflictos entre seres humanos, como los frutos de la naturaleza, tienen un proceso de maduración acorde con su propia trayectoria, intensidad y complejidad. Una mediación prematura, cuando los hechos dolorosos están muy recientes y cada una de las partes deseosa de venganza está firmemente convencida de que puede derrotar a su enemigo, no tendrá ningún resultado y puede ser contraproducente. El curso de la guerra, además del desgaste en recursos humanos y materiales, conlleva una pérdida de prestigio para las partes en contienda. Un acuerdo les permitirá recuperar el estatus social perdido en la confrontación y probablemente aumentarlo en un escenario de paz.


La paz, dicen los palabreros wayuu, es la capacidad de andar de manera libre y desprevenida por los caminos de la tierra. Este planeta es plácido y extenso para las mujeres y hombres pacíficos, pero inquietante y estrecho para quienes persisten en la violencia.

 

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