12.01.2013

La violencia acústica en el Caribe

 Por Weildler Antonio Guerra Curvelo


La violencia acústica reina en la mayor parte de las ciudades capitales de nuestra región. No se trata tan solo del creciente ruido de aviones y vehículos terrestres en movimiento sobre un núcleo urbano sino de la expansión de eventos comerciales, musicales, políticos y hasta religiosos que apelan al ruido como fácil gancho de convocatoria pública. Muchas de esas estrategias se ven facilitadas por el creciente desarrollo de la tecnología y la amplia oferta comercial que permite adquirir en el mercado nuevos artefactos electrónicos capaces de reproducir altísimos niveles de volumen poniendo en peligro la salud física y mental de los ciudadanos. A ello habría que añadirle que también hay prácticas culturales de amplio arraigo en nuestra región que toleran, más allá de la ley y de la sana convivencia, estos comportamientos. A esta violencia ejercida por medio del sonido se le llama violencia acústica, un problema social que afecta a nuestra región y que parece no estar en la agenda de las autoridades.




Aunque la violencia acústica tiene un amplio arraigo histórico en el Caribe su propia dinámica ha permitido el surgimiento de nuevos personajes que las gentes llaman los alegradores. Son seres nobles que se han impuesto la altruista tarea de brindarnos alegría mediante el ruido que ellos identifican como música. Estos pueden ser estacionarios y móviles. Los estacionarios, más limitados en su generosidad, solo perturban algunas viviendas o cuadras vecinas. Los móviles montan sobre sus vehículos costosos aparatos de sonido y se dan a la tarea de inquietarnos o desvelarnos de manera más equitativa y democrática divulgando su estridente música por toda la ciudad. Ellos son más cuidadosos que los alegradores estacionarios con el nepotismo y evitan que su servicio musical gratuito llegue a la vivienda de su progenitora u otros parientes uterinos más longevos.



Estos personajes quizás no son conscientes de estar ejerciendo violencia lo cual no implica que dicha violencia no exista. No se trata solo de la salud y la tranquilidad de los vecinos y transeúntes sino del impacto negativo que ocasiona en diversas actividades económicas como el turismo. Algunos establecimientos hoteleros, para citar solo un ejemplo, pierden frecuentemente huéspedes cuando los alegradores móviles o estacionarios actúan en sus cercanías. Muchos viajeros pagan por gozar de un descanso que aquellos perturban. Por otro lado, no faltan los ciudadanos vigilantes que afirman que algunos estos vehículos con música estridente son empleados ahora por las redes del microtráfico para vender sustancias alucinógenas. Estos nuevos actores urbanos como los soldados bíblicos que sitiaron a Jericó tambien estan dispuestos a hacer pedazos una ciudad por medio del ruido. 



Es necesario que las autoridades municipales, ambientales y policiales realicen acciones preventivas contra la violencia acústica. Este no es un problema menor ni se limita a pequeñas fricciones entre individuos. La regulación sobre la materia debe ser más preventiva que punitiva. La educación ambiental es muy importante con el fin de lograr una mayor conciencia ciudadana sobre este problema. Subestimarlo evidenciaría que marchamos hacia una sociedad acústicamente enferma y de lo que se trata es de erradicar ese tipo de violencia y buscar la paz: la paz sonora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.